El 29 de marzo de 2014 la casa de remate Stack’s Bowers Galleries vendió por 1.100.000 dólares la medalla de oro que Carlos Saavedra Lamas recibió en 1936 cuando se convirtió en el primer argentino en ser condecorado con el Premio Nobel de la Paz. La pieza por su valor en metal estaba cotizada en 9.000 dólares, pero su significado histórico lo multiplicó. Nadie sabe bien cuál fue el camino que recorrió la medalla para llegar a subasta. La empresa rematadora argumentó que su dueño era un estadounidense que la había comprado en una oficina de empeños. Meses más tarde hubo un intento desde la Cámara de Diputados para recuperarla, pero no tuvo éxito y parte del patrimonio histórico argentino ahora permanece en manos de un comprador anónimo.
Una
lista de objetos perdidos atraviesa a parte del patrimonio cultural argentino.
El bastón de mando y la banda presidencial del ex presidente Arturo Frondizi
fueron robados de la vitrina del museo de la Casa Rosada en 2009. Cuando
notaron que faltaban hicieron la denuncia aunque el robo pudo haber ocurrido
meses antes. En agosto de 2007, del mismo lugar, desaparecieron el reloj chalequero
y uno de pulsera de oro de los presidentes Nicolás Avellaneda y Agustín Pedro
Justo. En el mismo robo desapareció la lapicera de oro de otro ex presidente:
Roberto Marcelino Ortiz. En el rubro de piezas históricas robadas también
aparece el reloj de Manuel Belgrano, que desapareció del Museo Histórico
Nacional.
“Faltan
muchas cosas”, dice Abel Ferrino, el investigador del patrimonio cultural y
docente de “Tráfico de Bienes Ilícitos de Bienes Culturales”. Según Ferrino, el
patrimonio no está protegido. “Es una gran deuda de la democracia: no hay una
ley general destinada a preservar el patrimonio”, explica.
Si se
hace un “top ten” de las grandes pérdidas del patrimonio nacional las
bibliotecas privadas figurarían en la lista como un colectivo. La historia de
los libros que han desaparecido parece repetir en un patrón. Los herederos del
dueño de los libros los venden como piezas de colección y así ese mundo de
lectura con una lógica e historia propia desaparece. Incluso muchos libros
están ahora en bibliotecas de otros países.
El
arquitecto Daniel Schávelzon, especialista en arqueología urbana y autor del
libro “El expolio del arte en la Argentina: robos y tráfico ilegal de obras de
arte”, describe a la Argentina como un país vacío en términos de patrimonio.
“Hubo
un proceso real de vaciamiento. El tipo de cambio de los últimos años también
favoreció para terminar de ‘exportar’ todo lo que quedaba. Si se recorren los
remates ya no hay piezas como antes. Muchas de las piezas valiosas del
patrimonio argentino están en el exterior. También hubo coleccionistas que se
llevaron sus objetos. Ya no es la época de los 90 que hasta había grandes
bandas que robaban museos”, explica. La riqueza paleontólogica argentina
también fue saqueada. En 2006, el Gobierno logró impedir la venta de cuatro
toneladas de fósiles en una de las ferias más importantes en el mundo de la
paleontología en Arizona, EE.UU. Después de interponer un pedido a un juez
norteamericano se logró repatriar un contenedor repleto de restos
paleontólogicos entre los que había huevos de dinosaurios. La trama por la cual
semejante cargamento salió de la Patagonia hacia el remate en EE.UU. quedó sin
esclarecer.
En este
caso, como en muchos otros, cuando aparecen bienes a la venta es muy difícil
que se logre determinar cómo llegaron hasta esas subastas, la mayoría en otros
países.
Cuesta
imaginarse a una valiosa momia de más de 2.000 años en una encomienda. Pero eso
fue lo que descubrieron a través de los escaners empleados de la Aduana en mayo
de 2011. El paquete venía desde Bolivia, pero la pieza arqueológica era
originaria del sur de Perú y su destinatario, un argentino, que acaba de ser
condenado por contrabando a 4 años de prisión, en un caso que quedará en la
historia como antecedente de la lucha contra el tráfico ilícito. La sentencia
de cumplimiento efectivo fue apelada. El caso sirvió también para
comprobar los rumores que en el mercado del arte se venían escuchando:
Argentina se ha convertido en un país de tránsito en el contrabando de bienes
sobre todo arqueológicos y paleontológicos hacia Europa y Oriente.
“Las
piezas vienen sobre todo de Perú -explica Ferrino-, las más buscadas son las de
las culturas Moche y Paracas y las cerámicas eróticas”. En la lógica del
mercado ilegal siempre se sabe que estos saqueos son por encargo de
coleccionistas o museos que no cumplen con la norma de no comprar bienes de
dudoso origen.
Entre
los grandes misterios de la historia del patrimonio cultural argentino ya hay
robos célebres. El de la Navidad de 1980 del Museo Nacional de Bellas Artes
hasta mereció un documental en la serie “El arte del robo”, que emitió
Film&Arts. Mientras en la mayoría de las casas se recuperaban del brindis
de Nochebuena, desaparecieron catorce cuadros de autores impresionistas entre
los que había de Gauguin, Renoir y Cézanne. La pista de estas piezas se pierde
hasta que en 2001 un estadounidense apareció en la rematadora Sotheby´s de
Londres con las fotos de los cuadros robados para venderlos. Dos expertos
viajaron a Taiwán, donde estaban, y comprobaron que eran auténticos. Argentina
intentó recuperarlos pero como no había tratados con la isla la medida quedó en
la nada y los cuadros volvieron a desaparecer. Un año después, un taiwanés se
presentó con tres de los cuadros robados en París. Esta vez, la Justicia
francesa pudo actuar y los recuperó. En 2005 fueron devueltos a Argentina. Del
resto nadie sabe dónde están. Pero la causa por el robo se cerró casi
inmediatamente: en 1983. La principal hipótesis extrajudicial es que los
cuadros se usaron para pagar armas que Argentina no podía comprar a causa del
bloqueo internacional a la dictadura militar que gobernaba el país.
Desde
aquella época se han sucedido robos y en muchos de ellos han actuado bandas
especializadas. Hubo picos de actividad como en 2008 cuando se estimaba que se
habían robado bienes patrimoniales por 3 millones de dólares. Una de las
características de este mercado ilegal es que la mayoría de las veces los
ladrones actúan por encargo. Contra ellos, hay un departamento de Interpol en
Argentina dedicado específicamente a este delito y leyes que protegen en
particular a los bienes arqueológicos y paleontólogicos como la 25.743 del año
2003, o que regulan el movimiento de las obras de arte, sobre todo con respecto
a la salida del país.
De que
crezca o no el “top ten” del patrimonio descuidado depende de la voluntad
política, señala Schávelzon. El último edificio declarado patrimonio cultural
fue el Luna Park y ahí están en Buenos Aires la confitería El Molino que fue
declarado monumento histórico en 1997 y se sigue deteriorando día a día frente
al edificio del Congreso de la Nación.
“El
problema es la concepción que se tiene sobre el patrimonio”, dice Schávelzon.
“Su protección no es un gasto superfluo. No terminamos de entender que también
sirve para ganar dinero. Muchos argentinos van a Europa a ver su patrimonio
como también a México o a Perú”, insiste. La necesidad de una política de
Estado, para el especialista lo esconde el gran símbolo de la recuperación del
patrimonio de los últimos años: el mural de Siqueiros. La obra del artista
mexicano, que estuvo abandonada en unos contenedores hasta que el Estado logró
en un proceso judicial recuperarla, se exhibe gratis en el Museo del
Bicentenario. Pero, según Schávelzon, los permisos de exhibición están
vencidos.
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